Cuando estudiamos la “postmodernidad” o “modernidad tardía” o cualquier otro nombre que apunte al mismo fenómeno y que cambia dependiendo del sociólogo, quedaba todo el tiempo una sensación extraña, de no terminar de entender. Esto es, ya que en Chile y en general en Latinoamérica pasamos a las postmodernidad sin vivir la modernidad propiamente total, de hecho Giddens definió a la modernidad como los modos de vida y organización social que surgieron en Europa a partir del siglo XVII, y aunque supone un impacto mundial, los resultado en Latinoamérica fueron bastante diferentes.
Al llegar a Roma por primera vez uno parece entender. Aquí se puede ver como no ha llegado el fin de la historia y se hace patente la disolución del discurso único del progreso o de la superación de este.
Sus edificaciones comienzan con la ocupación original de los etruscos, borradas y reescritas luego por la dominación romana que admiró además a Egipto y Grecia, quemada y reconstruida en partes por sus emperadores, descrecida por los católicos quienes abandonaron los recuerdos de una historia que les persiguió, o bien en algunas excepciones evangelizaron los monumentos convirtiéndolos en iglesias, y finalmente las estructuras fueron destruidas y saqueadas por el progreso, el Fausto que necesitaba materiales de construcción los encontró en Coliseos y Foros, denigrándolos a la categoría de cantera.
Hoy, el progreso arrasador se detuvo y Roma aparece ante el extranjero como un ciudad impresionante, que se ha reencontrado con su historia y que se acepta a si misma, no busca ser otra ni quiere ser una ciudad totalmente eficiente. Así, han vuelto a aparecer las ruinas por doquier y en el centro de la ciudad hay excavaciones. Al caminar por las calles se mezclan tiendas de moda internacional, mesas de restaurante que se pelean el espacio con los smarts y las motonetas, y edificios de más 2000 años que siguen en pie y algunos casos como el panteón que está completamente operativo y con un domo que sigue siendo el más grande del mundo (construido en honor a los dioses antiguos y paradójicamente hoy convertido en iglesia).
Resulta una ciudad contradictoria, dueña de una pasado de cambios y discontinuidades, con un culto histórico a la belleza y la opulencia que rebalsa en las dimensiones y el mármol de su construcciones antiguas, el oro y el arte en el Vaticano y las tiendas de Gucci, pero que sin embargo se presenta al mismo tiempo caótica y desordenada, con ropa tendida de sus ventanas y un metro subterráneo descuidado y a ratos sucio.
Es una urbe plagada de turistas, pero que no está organizada para ellos, con un idioma que hablan sólo 70 millones de personas en el mundo y una señalética al más puro estilo latinoamericano que confunde y escasea, es un lugar que obliga a perderse, aunque es esto último parte de su encanto. Luego de intentar varias veces llegar a un punto siguiendo un mapa y terminar en otro lugar, comienzas a disfrutar de sus callejuelas que sorprenden y entretienen, que con el calor la humedad y el empedrado recuerda a ratos La Habana, regalan vistas románticas y se adornan de pequeñas tiendes, cafés y pizzerías, y de vez en cuando regalan un edificio milenario que no aparece en ningún mapa o una ruina que cualquier parte del mundo estaría en un museo y aquí se convierte en paisaje.
Los romanos tampoco viven en torno a los turistas, hay un negocio organizado, pero a diferencia de otras ciudades turísticas del mundo nadie te persigue para venderte algo o hacerte una oferta, tampoco eres atendido como si fueras la personas más importante. Antes, varias veces escuché que los italianos son antipáticos, pero mi opinión al menos en Roma es diferente, son personas simpáticas pero no serviciales, si quieres comprar algo, puedes hacerlo, pero nadie te rogará para que lo hagas ni encontraras a nadie agradecido por que subiste a su taxi, dado esto los describiría más bien como orgullosos. Hay algunas personas que te persiguen, pero no son italianas.
Así, Roma y su gente no deja de asombrar, bella y contradictoria, moderna y caótica, vanidosa y orgullosa, con tanto que mostrara que no necesita ni quiere cambiar para ser querida y merecer su visita.
Gustavo Villablanca
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