sábado, 24 de septiembre de 2011

Milán: La Súper Modelo

Si Roma es orgullosa, Milán es presuntuosa. Es la versión urbana de una súper modelo.

Aquí todo gira en torno al glamour, unificado por el Duomo que debió ser una de la iglesias más atractivas cuando fue construida y que  hoy aparece un poco recargada sin embargo no deja de impresionar y para los más religiosos también conmover.



La ciudad es una gran vitrina, desde el tren subterráneo que está mucho mejor cuidado que el de Roma y rebosante de publicidad de la vanguardia de la moda, hasta las personas que caminan por sus calles como si fuera un entramado de pequeñas pasarelas de cemento (normalmente cemento, ya que incluso había por ahí una alfombra roja que cruzaba avenidas a propósito de algún desfile). Los vendedores y promotores de las tiendas no desentonan y visten mejor que muchos clientes y evidentemente que los turistas como uno que a ratos se siente un poco desencajado y piensa que debiera ir arreglarse un poco antes de volver.

En cualquier lugar Pirelli vende neumáticos y Mercedes o Ferrari venden autos de lujo, pero aquí son  una tienda de moda que comparten escenario con Gucci, Prada o Luis Vouton, por mencionar los más conocidos y fácil de recordar para alguien que nada sabe de alta costura.

Como es de esperar, la estrella de las pasarelas se rodea de personas que quieran rentar con algo de su fama, así junto a todas las tiendas en las que es inevitable terminar sacando las tarjetas de crédito al menos un par de veces, aparece una casta de sangujuelas que busca obtener algo parándose cerca de la maniquí.

Aunque ocurre en todas partes del mundo (lamentablemente en Santiago también), fue en Milán donde intentaron por primera vez estafarnos en este viaje, nos ofrecieron taxi y el conductor muy amable llamó primero a nuestro hospedaje para confirmar la dirección y darnos el precio exacto evitando sorpresas posteriores, lo que parecía muy transparente, pero cuando dio el valor dijo “45  euros” y luego de la mirada que le dimos dijo “es que está muy lejos, son como 30 minutos” recién entendimos el elaborado montaje para ganar la confianza. Para su pesar habíamos averiguado la distancia y sabíamos que eran 5 kilómetros y 10 minutos como máximo, y pese sus intento de bajar el precio hasta la mitad le dejamos para tomar un taxi oficial que cobro 12 euros luego de  seguir obedientemente las instrucciones de un GPS que entregaba la ruta más directa.

También en esta ciudad encontramos una mayor concentración de comercio ambulante, insistencias para que le compres algo a algún vendedor informal y peticiones de donativos para las mas diversas causas.

Queda la sensación que eres más un cliente que un turista y que eres entendido como tal por todos, siendo amablemente ayudado en las tiendas o impresionantemente bien abordado por alguien que logra una donación para campaña contra el VIH y que no acepta menos 10 euros como un aporte razonable. Hay otras cosas en las que funciona eso de que el cliente tiene la razón, por ejemplo para entrar con perros a las tiendas no hay problema (moda que puede haber impuesto Paris Hilton), no hay indicaciones de “no tocar", cuando quisimos sacar alguna foto a alguna vitrina no hubo oposición en general y aunque en Ferrari si protestaron luego el mismo guarda sonrió e hizo un seña para que lo hiciéramos.




Ser atendido como el cliente tiene sus ventajas, fue justamente aquí también donde estuvimos en el mejor Bed and Break Fast que hemos conocido a hasta ahora – Il Girasole – donde Mateo y Nicole te reciben con una cordialidad y cercanía fuera de lo común, en unas dependencias impecables y acogedoras, aunque te quedes sólo un día.




Es probable que esta sea una opinión muy sesgada respecto a una parte de la ciudad. Es un importante motor económico de Italia e imagino que debe haber también un versión cultural, una artística y muy posiblemente una gastronómica, pero al igual como suponemos que una supermodelo debe ser algo más que una cara bonita, la vemos sólo fugazmente, nos contentamos con su bellaza y luego cambiamos de canal. Así luego de poco más de un día, un par de bolsas de compras y varios euros de menos dejamos Milán emborrachado de glamour, esperando que el labil placer del consumo dure al menos hasta que tengamos que pagar la cuenta.

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