domingo, 25 de septiembre de 2011

Mestre Entre Campanas y Bicicletas

La ciudad de Mestre no aparece en las guías de turismo ni es famosa por algo en particular, al buscar en Internet hay pocos comentarios y escasos detalles. Al parecer es un lugar sin ninguna gracia que nadie planea visitar o recorrer.

¿Cómo terminamos ahí? Julio, un amigo, nos dijo acertadamente que ese era el lugar para quedarse cuando vas a Venecia, con precios razonables y muy cercano a la ciudad de los canales (en rigor es parte del municipio de Venecia). Así, de boca en boca Mestre se ha convertido en el dormitorio de los turistas y probablemente de muchas personas que trabajan en ello. El resto y gran mayoría de sus habitantes, se dedican al rubro industrial.

Llegando sin ninguna expectativa y sin siquiera un mapa ya que es muy difícil de conseguir algo que no sea de Venecia, nos llamo positivamente la atención. Es un ciudad pequeña con una agradable luminosidad  que proviene de la suma de cielos despejados, edificios de baja altura y una lograda interacción de plazas adoquinadas estilo romano y avenidas arboladas más propias de un poblado provincial.

Tiene un buen transporte público, que combina un correcto entramado de buses con un moderno tranvía monorriel, todo conectado con la estación de tren que te lleva a cualquier parte de Italia y con los vaporettos de Venecia que te dejan en cualquier punto del archipiélago, todo esto genera un ordenado y eficiente sistema de transportes que armoniza con la ciudad.

Pero lo mejor en su transporte son las bicicletas. Hay un uso envidiable de las bicicletas, no importa la edad de las personas, su ocupación o el poder adquisitivo, hay bicicletas de todos tipos circulando, gente vestidas para diversas ocasiones y desde niños hasta ancianos, de todo pasa pedaleando. Este gusto por las dos ruedas esta acompañada de ciclovías y estacionamiento para ellas en todas partes.





Al no tener la presión de los turistas que no hacen más que pasar a dormir, Mestre tiene la libertad de ser ella misma. Sin atractivos que perseguir, la gente se vuelca a estar ahí, haciendo uso y disfrutando de los espacios públicos. En este escenario musicalizado con un campanario que esta siempre presente, la personas que no pedalean pasean por la calles a pie, están en las plazas del centro con los niños, toman spritz (coctel veneciano) por doquier y helados a destajo, y en la noche algunos pequeños bares terminan con las personas brindando en la calle por falta de mesas. La vida aquí resulta apacible, comienza lento en la mañana y termina de poco tarde en la noche, con ritmo que parece natural en esta ciudad sencilla y acogedora.

Es un descanso llegar a un lugar que reemplaza la venta de souvenir por mercados locales, donde se mezcla la venta de frutas con ropa de temporada y las flores. Ahora bien, que no parezca por ello que se le cierra las puertas a las tiendas de moda, las hay en su justa medida. A pocos pasos del mercado ambulante están los representantes de lo más famoso de Milán conviviendo con el comercio local.
Estuvimos aquí algunos días como centro de operaciones para el archipiélago, Verona y un poco más de Mestre de lo que imaginábamos. Es bueno quedarse en el centro, al menos es el lugar que cumple con la historia que cuento (los alrededores de la estación del tren son un poco menos acogedores, sobre todo de noche).



El bed & breakfast fue Cà Del Sale Venice y paradójicamente es dirigido por la que  probablemente sea la única persona apurada de todo Mestre.  No supimos nunca su nombre, se confundió del día que llegábamos y el que nos íbamos, los desayunos fueron un enredo por falta de información. El lugar esta bien ubicado, se sencillo pero cómodo, un departamento con 3 dormitorios en que te entregan las llaves y quedas por tu cuenta. Si estás dispuesto de perseguir al casero, es recomendable.

En mi opinión Mestre merece un tiempo, aunque sea medio día, vale la pena simplemente estar ahí y caminar un poco por sus calles. Me hubiera gustado recorrer en bicicleta, pero no encontré donde arrendar a la vista, son las dificultades de hacer turismo donde nadie más lo hace. Es definitivamente un lugar para vivir.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Milán: La Súper Modelo

Si Roma es orgullosa, Milán es presuntuosa. Es la versión urbana de una súper modelo.

Aquí todo gira en torno al glamour, unificado por el Duomo que debió ser una de la iglesias más atractivas cuando fue construida y que  hoy aparece un poco recargada sin embargo no deja de impresionar y para los más religiosos también conmover.



La ciudad es una gran vitrina, desde el tren subterráneo que está mucho mejor cuidado que el de Roma y rebosante de publicidad de la vanguardia de la moda, hasta las personas que caminan por sus calles como si fuera un entramado de pequeñas pasarelas de cemento (normalmente cemento, ya que incluso había por ahí una alfombra roja que cruzaba avenidas a propósito de algún desfile). Los vendedores y promotores de las tiendas no desentonan y visten mejor que muchos clientes y evidentemente que los turistas como uno que a ratos se siente un poco desencajado y piensa que debiera ir arreglarse un poco antes de volver.

En cualquier lugar Pirelli vende neumáticos y Mercedes o Ferrari venden autos de lujo, pero aquí son  una tienda de moda que comparten escenario con Gucci, Prada o Luis Vouton, por mencionar los más conocidos y fácil de recordar para alguien que nada sabe de alta costura.

Como es de esperar, la estrella de las pasarelas se rodea de personas que quieran rentar con algo de su fama, así junto a todas las tiendas en las que es inevitable terminar sacando las tarjetas de crédito al menos un par de veces, aparece una casta de sangujuelas que busca obtener algo parándose cerca de la maniquí.

Aunque ocurre en todas partes del mundo (lamentablemente en Santiago también), fue en Milán donde intentaron por primera vez estafarnos en este viaje, nos ofrecieron taxi y el conductor muy amable llamó primero a nuestro hospedaje para confirmar la dirección y darnos el precio exacto evitando sorpresas posteriores, lo que parecía muy transparente, pero cuando dio el valor dijo “45  euros” y luego de la mirada que le dimos dijo “es que está muy lejos, son como 30 minutos” recién entendimos el elaborado montaje para ganar la confianza. Para su pesar habíamos averiguado la distancia y sabíamos que eran 5 kilómetros y 10 minutos como máximo, y pese sus intento de bajar el precio hasta la mitad le dejamos para tomar un taxi oficial que cobro 12 euros luego de  seguir obedientemente las instrucciones de un GPS que entregaba la ruta más directa.

También en esta ciudad encontramos una mayor concentración de comercio ambulante, insistencias para que le compres algo a algún vendedor informal y peticiones de donativos para las mas diversas causas.

Queda la sensación que eres más un cliente que un turista y que eres entendido como tal por todos, siendo amablemente ayudado en las tiendas o impresionantemente bien abordado por alguien que logra una donación para campaña contra el VIH y que no acepta menos 10 euros como un aporte razonable. Hay otras cosas en las que funciona eso de que el cliente tiene la razón, por ejemplo para entrar con perros a las tiendas no hay problema (moda que puede haber impuesto Paris Hilton), no hay indicaciones de “no tocar", cuando quisimos sacar alguna foto a alguna vitrina no hubo oposición en general y aunque en Ferrari si protestaron luego el mismo guarda sonrió e hizo un seña para que lo hiciéramos.




Ser atendido como el cliente tiene sus ventajas, fue justamente aquí también donde estuvimos en el mejor Bed and Break Fast que hemos conocido a hasta ahora – Il Girasole – donde Mateo y Nicole te reciben con una cordialidad y cercanía fuera de lo común, en unas dependencias impecables y acogedoras, aunque te quedes sólo un día.




Es probable que esta sea una opinión muy sesgada respecto a una parte de la ciudad. Es un importante motor económico de Italia e imagino que debe haber también un versión cultural, una artística y muy posiblemente una gastronómica, pero al igual como suponemos que una supermodelo debe ser algo más que una cara bonita, la vemos sólo fugazmente, nos contentamos con su bellaza y luego cambiamos de canal. Así luego de poco más de un día, un par de bolsas de compras y varios euros de menos dejamos Milán emborrachado de glamour, esperando que el labil placer del consumo dure al menos hasta que tengamos que pagar la cuenta.

martes, 20 de septiembre de 2011

Roma Post Moderna y Orgullosa

Cuando estudiamos la “postmodernidad” o “modernidad tardía” o cualquier otro nombre que apunte al mismo fenómeno y que cambia dependiendo del sociólogo, quedaba todo el tiempo una sensación extraña, de no terminar de entender. Esto es, ya que en Chile y en general en Latinoamérica pasamos a las postmodernidad sin vivir la modernidad propiamente total, de hecho Giddens definió a la modernidad como los modos de vida y organización social que surgieron en Europa a partir del siglo XVII, y aunque supone un impacto mundial, los resultado en Latinoamérica fueron bastante diferentes.

Al llegar a Roma por primera vez uno parece entender. Aquí se puede ver como no ha llegado el fin de la historia y se hace patente la disolución del discurso único del progreso o de la superación de este.

Sus edificaciones comienzan con la ocupación original de los etruscos, borradas y reescritas luego por la dominación romana que admiró además a Egipto y Grecia, quemada y reconstruida en partes por sus emperadores, descrecida por los católicos quienes abandonaron los recuerdos de una historia que les persiguió, o bien en algunas excepciones evangelizaron los monumentos convirtiéndolos en iglesias, y finalmente las estructuras fueron destruidas y saqueadas por el progreso,  el Fausto que necesitaba materiales de construcción los encontró en Coliseos y Foros, denigrándolos a la categoría de cantera.

Hoy, el progreso arrasador se detuvo y Roma aparece ante el extranjero como un ciudad impresionante, que se ha reencontrado con su historia y que se acepta a si misma, no busca ser otra ni quiere ser una ciudad totalmente eficiente.  Así, han vuelto a aparecer las ruinas por doquier y en el centro de la ciudad hay excavaciones. Al caminar por las calles se mezclan tiendas de moda internacional, mesas de restaurante que se pelean el espacio con los smarts y las motonetas, y edificios de más 2000 años que siguen en pie y algunos casos como el panteón que está completamente operativo y con un domo que sigue siendo el más grande del mundo (construido en honor a los dioses antiguos y paradójicamente hoy convertido en iglesia).



Resulta una ciudad contradictoria, dueña de una pasado de cambios y discontinuidades, con un culto histórico a la belleza y la opulencia que rebalsa en las dimensiones y el mármol de su construcciones antiguas, el oro y el arte en el Vaticano y las tiendas de Gucci, pero que sin embargo se presenta al mismo tiempo caótica y desordenada, con ropa tendida de sus ventanas y un metro subterráneo descuidado y a ratos sucio.

Es una urbe plagada de turistas, pero que no está organizada para ellos, con un idioma que hablan sólo 70 millones de personas en el mundo y una señalética al más puro estilo latinoamericano que confunde y escasea, es un lugar que obliga a perderse, aunque es esto último parte de su encanto. Luego de intentar varias veces llegar a un punto siguiendo un mapa y terminar en otro lugar, comienzas a disfrutar de sus callejuelas que sorprenden y entretienen, que con el calor la humedad y el empedrado recuerda a ratos La Habana, regalan vistas románticas y se adornan de pequeñas tiendes, cafés y pizzerías, y de vez en cuando regalan un edificio  milenario que no aparece en ningún mapa o una ruina que cualquier parte del mundo estaría en un museo y aquí se convierte en paisaje.

Los romanos tampoco viven en torno a los turistas, hay un negocio organizado, pero a diferencia de otras ciudades turísticas del mundo nadie te persigue para venderte algo o hacerte una oferta, tampoco eres atendido como si fueras la personas más importante. Antes, varias veces escuché que los italianos son antipáticos, pero mi opinión al menos en Roma es diferente, son personas simpáticas pero no serviciales, si quieres comprar algo, puedes hacerlo, pero nadie te rogará para que lo hagas ni encontraras a nadie agradecido por que subiste a su taxi, dado esto los describiría más bien como orgullosos. Hay algunas personas que te persiguen, pero no son italianas.

Así, Roma y su gente no deja de asombrar, bella y contradictoria, moderna  y caótica, vanidosa y orgullosa, con tanto que mostrara que no necesita ni quiere cambiar para ser querida y merecer su visita. 

Gustavo Villablanca